El Conde Lucanor es uno de esos libros que se suelen mandar en la escuela (o al menos así era en mis tiempos) principalmente por las enseñanzas que se transmiten en forma de historias cuando dicho conde acude con un problema a su criado Patronio. De primeras, no es un tema sobre el que parezca posible hacer un videojuego, pero uno no tarda mucho en darse cuenta de que The Count Lucanor se parece al libro en poco más que el título.
The Count Lucanor es una aventura de terror con estética píxel que cuenta la historia de un jovenzuelo que, harto de ser pobre como una rata, huye de casa porque su madre no le ha hecho ni un pastel por su cumpleaños. Curiosamente, la misma madre que dice que no hay dinero para no hacerle ni un mísero regalo que le haga sentirse lo suficientemente querido y quedarse en casa le da unas monedas de oro para el viaje en lo que probablemente sea una astuta maniobra materna de emancipación forzosa.
El caso es que, mientras empezamos, nos vamos cruzando con una serie de personajes a cada cual más gorrón que el anterior, por lo que si somos tontos, como un servidor, acabaremos sin nada en el inventario. La cosa se pone aún más fea cuando se hace de noche y las cabras se vuelven asesinas implacables mientras la gente se vuelve cada vez más rara. Así llegamos al castillo del conde, que está buscando un heredero para su inmensa fortuna.
Pobre hombrito, que se le ha roto el carro. |
Cierto es que el misterioso duende azul volador que nos detalla la prueba ya nos avisa de su dificultad, pero las cosas que ocurren en ese lugar encantado son realmente extravagantes. Cerdos que se convierten en hombres, cabras transportando cabezas que hablan, y lo peor de todo, funcionarios haciendo su trabajo. Estos últimos están encargados de vigilar los pasillos, y con su humor de funcionarios acabarán con nosotros cada vez que nos encuentren donde no debemos.
Ocurre que el conde no es rico por nada. Al aspecto famélico de sus funcionarios y la sangre sin fregar de los suelos (que parecen indicar que no paga demasiado bien), hay que unirle que cada elemento del castillo parece estar diseñado para sacarnos el dinero. El conde no paga la luz a Endesa, así que todos los pasillos están completamente a oscuras, y si no queremos toparnos con los funcionarios de sopetón tendremos que ir dejando velas por ahí.
Además, cada vez que queramos guardar la partida tendremos que tirar una moneda a una fuente vigilada por un cuervo que amenaza con corrernos a picotazos si intentamos robarle. Y parte de los elementos para conseguir las letras o acceder a ciertas habitaciones nos los vende un comerciante probablemente a comisión con el conde (¿3 monedas de oro por un puñado de pienso y 10 por una llave? ¡Menuda estafa!). En fin, que si multiplicas lo que se puede gastar ahí la gente por la cantidad de cadáveres que han generado las pruebas, sale una fortuna.
¡Le falta el impreso 29-C! |
Además, cada vez que queramos guardar la partida tendremos que tirar una moneda a una fuente vigilada por un cuervo que amenaza con corrernos a picotazos si intentamos robarle. Y parte de los elementos para conseguir las letras o acceder a ciertas habitaciones nos los vende un comerciante probablemente a comisión con el conde (¿3 monedas de oro por un puñado de pienso y 10 por una llave? ¡Menuda estafa!). En fin, que si multiplicas lo que se puede gastar ahí la gente por la cantidad de cadáveres que han generado las pruebas, sale una fortuna.
Porque ésa es otra, la prueba que se nos plantea para hacernos el heredero del conde consiste en averiguar el nombre del misterioso duende, y para ello tendremos que encontrar las letras que lo componen y ordenarlas. Pero encontrar las letras supone pasar por habitaciones mortíferas con fuego, pinchos, cabras asesinas y funcionarios del castillo. Evidentemente, morir es relativamente fácil, y ello implica volver al anterior punto de guardado, el cual, si no eres muy amigo de dejarte una pasta en el cuervo roñoso, puede haber sido media hora antes.
El vendedor es el mismo del carro. |
Esto produce que nuestro avance se vaya consiguiendo a base de aprendizaje de dónde está cada elemento importante, qué elementos son peligrosos y cuáles no, y qué sitios podemos ahorrarnos. Ojo, que el juego tiene mucho más de lo que pueda parecer a priori: aunque no dé esa sensación, se puede interactuar con los personajes de varias maneras, podemos averiguar el nombre del duende de distintas maneras, e incluso tenemos varios finales en función de nuestras elecciones, así que es un juego totalmente rejugable.
A nivel técnico, tanto la música como el apartado artístico cumplen con creces. Uno de los problemas que se suelen encontrar en juegos con esta estética es el de no llegar a distinguir los objetos, pero aquí es todo está perfectamente definido y claramente explicado en el inventario. Tampoco es que los puzles sean especialmente difíciles, pero se agradece mucho que no surjan problemas por no tener claro dónde se puede picar y dónde no.
Pongamos de media que cada calavera se ha gastado 40 monedas de oro. |
The Count Lucanor es un juego corto e interesante. No es especialmente terrorífico (aunque algún susto nos hemos llevado), ni tampoco especialmente desafiante, pero el conjunto es bastante agradable. Como juego indie cumple de sobra en todos los apartados, y desde luego es una compra muy a tener en cuenta.
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