Uno de los últimos bundles que han visto la luz (¿cómo que sólo digo esto para colar lo del partner? Esa acusación me indigna tanto que ya no os pienso decir que el de Rockstar sigue abierto), pude al fin echarle mano a Aragami, un juego patrio al que tenía ganas desde hacía tiempo. Un juego con más sombras que luces (en cuanto a valoración, no en el juego. Que también). Y ya aviso que no será un análisis muy largo.
Yamiko, una joven de cabello blanco, nos ha invocado a nosotros, el Aragami, para que la rescatemos de las garras de Endesa los Guerreros de la Luz, que se han apoderado del país. Nuestro deber será encontrar ciertos talismanes para poder salvarla a ella y a la emperatriz, valiéndonos para ello de las sombras, nuestros poderes ultraninjas, y nuestra tan raída como ideal capa roja de asesino malote.
Aunque en términos generales Aragami es un juego más que correcto, una vez metidos en harina la cosa empieza a tambalearse. Y el máximo exponente de ello es, irónicamente, su dinámica más sencilla: el salto de sombra. El Aragami vive en las sombras, y de ellas saca su fuerza y sus poderes. Bajo la luz de la luna su energía no se gasta, pero tampoco se recarga, mientras que bajo fuentes de luz artificiales la energía se drena y queda vendidísimo. Así que tendrá que buscar siempre la oscuridad, contando para ello con el poder de saltar de sombra en sombra, e incluso crear las suyas propias para facilitar el desplazamiento. ¿Cuál es el problema? Que en algunos niveles el entorno no está todo lo depurado que debería: en el segundo capítulo debemos escapar por un cementerio, y lo ideal es teletransportarnos entre las lápidas... o lo sería si no tuvieran aristas invisibles que te impiden el paso, quedando a merced de que te vea el enemigo. Y aquí casi siempre eso es sinónimo de muerte.
Soy uno con la sombra, la sombra está conmigo. Soy uno con la sJODER, QUÉ SUSTOombra, la sombra... |
Que ésa es otra, los enemigos: un mismo tipo de enemigo puede no verte aunque estés en su cara, como tan pronto te ve a kilómetros; o a lo mejor ese tío que hace dos minutos no ha visto como te teletransportabas en su cara se ha hecho un intensivo de modo detective, te ve a través de una pared y decide que tú vas al corral de los quietos. Por no hablar de los tejados en los que, según cómo le dé, nuestro Aragami puede subir o no, o de las sombras que están pero no te cubren, o que no pero sí. Quiero decir, es como que cada mecánica del juego funciona cuando el juego quiere, y no cuando realmente debería hacerlo. Luego están las cosas chulas que al juntarse se vuelven incómodas, como poner el medidor de sombra y la munición (cada poder tiene dos usos) en la capa, pero hacer que la tela se enrede y demás (cosa lógica), impidiendo ver si podemos usar el poder seleccionado o no. ¿Soy yo el único que ve un problema raro en todo esto?
Como extra gratuito, el juego permite descargase una serie de apariencias alternativas para el personaje, sólo accesibles si cumplimos ciertos requisitos: cada capítulo tiene tres medallas: de sigilo, de asesinato y de pacifista; según cuáles consigamos y en qué cantidad, podremos o no desbloquear la apariencia que queramos. ¿Y para qué sirven esos trajes alternativos? Aparte de para ir más monos, para nada. ¿Por qué entonces tener que desbloquearlos? A saber.
Estéticamente cumple y la banda sonora es la caña, pero las zonas con mayor carga gráfica (varias fuentes de luz con luciérnagas, follaje y demás) pegan unos tirones muy feos. Es como que falta pulir un poco de todo.
Vamos que el grandísimo problema de este juego son sus fallos de jugabilidad y fallo de mecánicas mal implementadas. O eso entiendo yo
ResponderEliminarLo que no es un fallo menor, o dicho de otro modo, es un fallo mayor
ResponderEliminarindudablemente
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